Me acuerdo del viejo colegio de La Salle en el que estudié, era en la década de los sesenta. Cierro los ojos y me veo corriendo entre los arcos donde se alineaban las puertas de las aulas y allí, por fuera del aula, estaban los percheros en los que ordenadamente cada mañana dejábamos el abrigo para entrar en unas aulas que, sin calefacción, nos encargábamos de calentar mas de cuarenta niños, hasta que la condensación hacía que las gotas de agua marcaran líneas en los mojados cristales de las ventanas.
Recuerdo caras, nombres, compañeros que no he vuelto a ver hace más de treinta años. (y si los he visto no he sido capaz de reconocerlos).
De los profesores me acuerdo de todos, El Hno. Andrés, el Hno. Juan Mari, Don Emilio, Don Elías, el Hno. Fernando, José, Fidel, Patxi... pero tengo un muy especial recuerdo de un Hermano que no me dió nunca clase, el Hno. Errandonea, se llamaba. Me dió pena su muerte, era joven.
Pues bien a lo que quería explicar.
El Hno. Errandonea no me dió clase, tan solo estuve con él una hora, una hora de estudio por la ausencia de algún profesor.
Entró en el aula y nos hizo reir, a carcajadas.
Trabajamos un montón, en silencio, concentrados y él con sus comentarios nos hacía reir.
Estuvimos trabajando y riendo.
Solo una hora.
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